De esto ya hace miles de años, yo era un adolescente, como el resto de los compañeros que aquella tarde participamos de la experiencia que os voy a contar:
En los años 70 del siglo pasado, hubo un programa de radio que se hizo muy famoso.
Se llamaba "Medianoche", y lo llevaba un tal Antonio José Alés.
Hablaba de temas paranormales, sobre todo, aunque también tocaba el tema OVNI, que estuvo muy de moda por aquellos entonces.
Un día hablaron de la wija, owija, o como sea que se escriba eso.
Se ve que aquello, eran los años 80 cuando ocurrió lo que voy a contaros, caló bien hondo en mis compañeros, que parecía que también habían escuchado aquellos programas, pues no había emisora que no los tuviera.
Un día alguien propuso hacer una sesión.
Serían, aproximadamente, las siete de la tarde.
Estábamos en el colegio de ciegos, uno de los cuatro o cinco que hubieron en españa, por aquella época.
Nos fuimos, furtivamente, como ladrones que preparan un robo, a un aula vacía.
Era lo que llamaban horas de estudio, una serie de franjas horarias que se dedicaban... a estudiar, con períodos de recreo intercalados entre ellas.
Dije que nos fuimos como ladrones... sí, pues alguien había robado un vaso.
Un vaso de cristal, seguramente de la mesa del comedor.
Entramos en la clase vacía, y nos sentamos a la mesa rectangular del profesor, que era la más grande.
No estábamos en círculo, pero serviría.
Entre mis compañeros los había que veían un poco.
Uno de ellos dibujó un abecedario, en letras enormes.
Afuera caía una llovizna incómoda, hacía un día desapacible, de aquellos inviernos de los años 80 en los que llovía bastante más de lo que llueve ahora.
Cuántas veces nos llevamos día tras días sin poder salir al patio, caminando por las galerías como leones enjaulados...
La lluvia comenzó a arreciar, y aquello, no sé por qué, no me dio buena espina, cada uno aplique la expresión de su país de origen.
Les dije que todavía estábamos a tiempo de suspender la sesión, que no era buena idea jugar con estas cosas...
No me hicieron caso.
--Tienes miedo, -me dijeron, y empezaron a burlarse de mí-.
Les dije que no, que no tenía miedo, y era verdad.
No tenía miedo, estaba aterrorizado, que son dos cosas muy diferentes.
No son lo mismo el miedo y el terror.
Todavía veo un poco la luz, entonces la veía con más intensidad.
Un destello intenso iluminó la sala, y el trueno llegó, baticinando malos augurios.
Les insistí, todavía estábamos a tiempo.
Las chanzas subieron de tono, hasta que el líder del grupo, de cuyo nombre no quiero acordarme, impuso el silencio, si se le podía llamar silencio a aquel ambiente tenso, en que la tormenta descargaba con rabia en el exterior.
No os diré que en aquel momento se fue la luz, porque mentiría, y ya soy muy viejo para ponerme a mentir, pero uno de los relámpagos vino acompañado de una caída temporal de la corriente, y los tubos fluorescentes tintinearon varias veces, haciendo hamago de apagarse.
--Pensad bien sobre a quién vamos a invocar esta noche, -dijo el líder del grupo-.
Las ventanas no tenían aislamiento y por las rendijas el viento silbaba de una forma siniestra.
El líder ya tenía pensada la respuesta:
--Veo que no se os ocurre nada..., pues bien, en mis manos lo dejáis, -dijo, con un tono de voz que no me gustó nada-.
--Invoquemos, pues, al Señor de señores, al Ángel Caído, al Príncipe de las Tinieblas.
Ninguno nos lo esperábamos.
Me levanté para irme, nadie intentó impedírmelo, aunque pronto averiguaría el motivo.
--¿Ya te vas, Ángel? Pero si ni siquiera hemos empezado.
--Haced lo que queráis, -les dije, y me dispuse a salir-.
La puerta no se abría, por más que yo bajara el picaporte con insistencia creciente.
--No se abre, -dije, mientras otro trueno hacía temblar el ventanal-.
Todos lo intentamos, incluso el líder se mostró algo inquieto, aunque luego le echó humor negro:
--Ya veis, aún no lo hemos invocado, pero quizá esté ya entre nosotros. No sé si decir que es nuestro invitado de honor, o nosotros somos los suyos. Comencemos, pues.
Colocó el vaso sobre la mesa, y nosotros colocamos el dedo en el borde de la base, pues estaba invertido, como manda el ritual.
--Concentrémosnos, pues Su Excelencia quizá esté ya entre nosotros.
Elevó el tono de voz y le escuché hacer su invocación, con una voz recia y segura:
--Oh, Satanás, príncipe destronado, Ángel de luz, expulsado del Paraíso por la envidia de los que no pudieron soportar tu poder.
Ven a nosotros, tus siervos, que entregamos gustosos nuestras almas, para formar parte de tu Glorioso Ejército.
Muéstranos el camino al Averno, a tu Reino de Oscuridad, y haznos probar del dulce néctar del mal, amén.
No ocurrió nada.
Bueno, sí, algo ocurrió, pero debió ser el viento que se colaba por las rendijas de la ventana mal aislada.
Las lamas de la persiana metálica se agitaron ligeramente.
--Dinos, Belcebú, dinos que estás aquí.
Manifiéstate, Asmodeo, entra en nuestro círculo, Belial, hónranos con tu presencia, Lucifer. ¿Estás aquí? ¿Estás aquí? Dinos, Luzbel, ¿Estás entre nosotros?
El vaso temblaba,sacudido por una vibración extraña, nadie pudo darle explicación, yo sí.
Era mi mano, a la que le costó lo suyo mantener la firmeza.
--¿Estás aquí? Dinos, dinos si somos dignos de recibirte, aquí, ahora. ¿Estás aquí?
El vaso, primero con dudas, luego, con seguridad, comenzó a moverse.
Nuestro anfitrión en aquella fiesta siniestra nos iba leyendo las letras.
El vaso se paró en la s, luego dudó un momento y siguió su camino hacia la i.
La tensión del momento se rompió.
Alguien empezó a decir que quien llevaba la sesión estaba haciendo trampas, que aquello no era posible.
--No os burléis de quien dominará el mundo. Danos una señal, oh, criatura del Infierno, de tu existencia, para que los incrédulos crean, al fin, en tu Divino Propósito.
Un golpe seco y fuerte, seguido de cientos de granulitos de cristal esparcidos por la mesa, interrumpió la sesión.
El vaso había estallado.
--Gracias, -dijo el maestro de ceremonias-. Quien tenga entendimiento para creer, que crea.
Se levantó, pues era el único a quien el terror no había paralizado y se dirigió a mi sitio.
--Ángel, haz los honores, -y me entregó la llave, que previamente había robado en Portería-.
Salimos de allí, como quien despierta de un sueño.
Yo, al menos, tenía una sensación de que aquello no había podido ser real, que me acompañó durante meses.
Hoy, al cabo de los años, intento buscarle la lógica.
Ya no soy un niño, todo tiene una explicación.
En aquella época, estuvieron muy en boga unos vasos a los que llamaban de cristal de Duralex.
Por lo que parece, eran baratos.
Por eso siempre se encontraban en todos sitios.
Este tipo de cristal, al parecer, es cristal tensionado, muy resistente, pero con un problema:
Si el cristal, por un defecto que tuviera, por un cambio de temperatura, por lo que fuera, perdía la tensión, estallaba violentamente, dejando un puñado de miguitas de cristal en su lugar.
La gente se refería a ese acontecimiento como que el vaso tenía un pelo... o le había dado un aire.
Me he convencido, me lo repito muchas veces, que eso fue lo que ocurrió, que el vaso, por las razones que fuera, perdió la tensión y reventó.
Sin embargo, algunas noches, siento a mi lado una presencia, una porcion luminosa, que me acecha.
Yo le rezo, para que no se lleve mi alma:
"¡Vade retro, Satanás, vade retro, Satanás!"