Bueno, si quieren en algún momento les cuento algo de esto en detalle. La puerta peluda es lo mínimo. Les cuento algo. De chico llegué a tener un mundo de sueños interconectados, es decir, jugaba a yume nikki desde pendejito; yo soy el yume nikki. A ver, básicamente: había un continente enorme en donde estaba todo lo normal, y con normal me refiero a: fincas avandonadas, canchas diabólicas, montañas enormes hechas de cuchillas, un pantano en el que vivía la Morenita (muchacha salvaje que tocaba la flauta y desprendía fuego cuando vailaba), un castillo en donde tenían unos autitos chocadores, una ciudad de gente carta, entre otras cosas. Luego estaba el mar, nada demasiado interesante. El cielo era el ogar de las estrellas y de Dios, sí, de Dios, y también había un búho, señor de un castillo, una puerta en la que se guardaban los vientos, la señora de la lluvia, un bosque enorme y otras cosas más. Luego un lugar particular era el Reloj de Arena, una isla en donde se juntaba todo lo raro, como niños eléctricos de cuatro piernas, vacas mutantes, un parque de diversiones malvado, un señor secuestrador, la cigarra (otra personaja que le gustaba jugar a las escondidas y encontrar a la gente), entre otras fumadas. Y, por último, las profundidades, que tenían lo peor: una rana bruja psíquica interdimensional, una señora malvada con su perro esclavo no tan malvado, el mundo del árbol del ahorcado o de los recuerdos perdidos, la tómbola escolar malvada, la enfermedad de la selva, la enfermedad del 12, la enfermedad de la alarma, la esponja, el carnisero, y más entes.