Lo podría haber hecho más difícil con una maniobra de distracción, pues no sólo cifra el propio cifrado, que muchas veces está, como en este caso, delante de nuestras narices, que, muchas veces, es la mejor forma de ocultar algo, poniéndolo al alcance de todos y tan evidente que muchas veces no recurrimos a pensar que era tan fácil.
Mi maniobra de distracción hubiera sido ofrecer una serie de pistas, falsas, por supuesto, que desviaran la atención de los descifradores.
Algo muy importante, y que deben conocer los remitentes y los destinatarios de cualquier código, sería el código basura, código inútil que sólo sirve para añadir paja al código.
Y ahora os hablaré de dos sistemas de codificación de texto, más antiguos que yo, de hecho, lo conocí porque se usaba antes de yo aparecer por este mundo.
Trasladémosnos a los colegios de ciegos.
Eran, quizá, los años 50 o 60 del siglo pasado.
Un grupo de chavales quiso hablar entre ellos, eludiendo la vigilancia de cuidadores y profesores.
Entre ellos había uno al que se le ocurrió una idea maestra:
Un sistema de permutación de las letras del alfabeto, pero de tal suerte que fonéticamente fueran viables para poder hablar, como si de un idioma se tratara.
No se trataba de pasarse mensajes escritos, que también los habría, sino de utilizar una lengua propia, fonéticamente viable.
Lo consiguió, aunque hubo alguien, quizá años más tarde, que le dio un retoque para mejorar la fonética.
El pionero de tal hazaña debió llamarse Miguel, pues su código fue conocido, desde entonces, como Sistema Miguel.
El artífice de los cambios posteriores se llamaba Carlos Luis, y su sistema también se llamó así, Sistema Carlos Luis.
Conozco el Miguel, porque me lo enseñaron hace ya mucho tiempo, pero el Carlos Luis y sus modificaciones y sus porqués, lo ignoro.
Cuando me lo enseñaron era ya un sistema obsoleto, pues los profesores ciegos lo conocían al dedillo, tanto el Miguel como el Carlos Luis.
Era un buen sistema pero tuvo un error:
Se extendió, bien porque alguien del grupo rompió el secretismo y se lo enseñó a otros, quizá con la intención de extenderlo para beneficio de más gente, quizá por alardear de ese conocimiento, cualquiera sabe.
Las cosas que nos hacen humanos son las que nos pierden, no hay sistema que resista errores humanos.
También puede que, como en todos los regímenes, hubiera algún colaboracionista, de tal suerte que los que ignoraban el sistema, pues eran los que debían desconocerlo, acabaron sabiendo la clave, y el código dejó de ser tal.
No sé si más tarde o antes, salieron también codificaciones basadas en las múltiples posibilidades que ofrece el Braille, para hacer que un mensaje escrito fuera un galimatías incomprensible. Hubo códigos muy buenos, sobre todo, porque quien no estaba en el ajo, intentaba, en lugar de descifrarlo, leerlo, cosa que era imposible.
Un poco de historia cieguil.