1. luna,
Buenas! Sean bienvenidos a mi templo del no saber, por aquĂ les dejo la historia que provocaron, pendejos. el abismo del pez que chupaba calcetines
Soccus se encontraba apoyado en un saliente del abismo en el que vivĂa, chupando su calcetĂn preferido, uno verde con borlas de colores al cual le decĂa PelusĂn.
PelusĂn, en cuestiĂłn era un calcetĂn cansado de ser calcetĂn, y sobre todo de estar repleto de agua y de ser chupado por un pez rojo con manchas de colores.
Soccus, para desgracia de los calcetines, que no eran pocos, eran más bien miles, era un pez mágico.
En las noches de luna llena se hacĂa uno con el agua, y se metĂa en las lavadoras de las casas para robarse los calcetines que más le gustaran.
En aquel momento, de echo estaba planeando como entrar a la casa de Flor, una brujita muy adicta a la ropa que adoraba conjuntarlo todo.
Flor llevaba meses perdiendo calcetines, de seda, de algodĂłn, de ExpandĂ©x, daba igual de quĂ© los comprase, desaparecĂan misteriosamente.
Aquella noche cambiarĂa la vida de ambos seres de forma irremediable.
Cuando el mar se hubo oscurecido, Soccus dejĂł de mascar hierbas verdes de Cintrilus, una flor muy comĂşn que crecĂa entre las piedras.
Y se hizo uno con el agua, dispuesto a obtener su tesoro.
Para esto usĂł algunas algas violetas y peces bioluminiscentes del culto del agua rebelde, que fueron a ayudarle en su cometido.
—¡Oh, luna, yo te invoco! ¡ven a mà y hazme veloz como la corriente!
Y se volvió transparente y allá que fue, a la lavadora de Flor.
Pero Flor era una brujita muy lista; tanto que habĂa hecho un pacto con el dios de todo lo supremo, el bol de espaguetis volador; al dar las tres de la mañana flor puso a lavar, lo hizo adrede, no le importaban mucho los vecinos, pues estos molestos seres ya sabĂan que era bruja y le temĂan.
En la ropa que echĂł a la lavadora se asegurĂł de no dejar ningĂşn calcetĂn, y de poner la lavadora en lavado de una hora, para que a las cuatro de la mañana, que era cuando amanecĂa en Toronto, se extinguiese cualquier oportunidad de escapar al ladrĂłn de calcetines.
El dios de todo lo supremo le habĂa dicho que sus calcetines se hallaban en aletas del agua, con lo cual, Flor, que era muy lista, habĂa optado por experimentar esto, poniendo unas monedas de un centavo en la lavadora, asegurándose de que se tapara con el tiempo.
AsĂ fue como clack clak clak empezĂł la lavadora, y dentro se hallaba nuestro amigo Soccus.
No voy a describiros cĂłmo funciona una lavadora, lo que si os voy a decir es que Soccus dio tantas vueltas que pensĂł que a punto estarĂa de vomitar burbujas de jabĂłn.
Dieron las cuatro de la mañana, Flor habĂa estado observando muy atenta su lavadora, el sol ya tamborileaba los rayos en la superficie celeste cuando Soccus intentĂł salir sin conseguirlo.
«¡Oh, no», pensĂł, mientras veĂa su Ăşnica salida tapada por unas cositas brillantes y sentĂa que el agua lo abandonaba.
Ya agonizante, enredado en una blusa de seda blanca fue sacado por Flor con gesto victorioso.
La brujita tenĂa en sus manos una pecera, donde echĂł a Soccus y lo bendijo con algo como:
—pasta pastita pastafirum pastafarus.
Soccus, como es lĂłgico, no podĂa hablar, asĂ que terminĂł por escuchar a la bruja, la cual le dijo con voz de vieja piruja.
—¡Te daré libertad si nunca vuelves a pisar esta lavadora!
Soccus hizo algo como: «gluglglu, gluglugluglu, glugluglu». que significaba sĂ, en lenguaje pecĂfaro.
Y Flora, que no lo comprendió le dijo una vez más:
—Te dejaré aquà hasta mañana, asà comprenderás que nunca se le roba a una vieja bruja.
fin.
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