Les comento una experiencia que a priori, parecía mala, pero que me ayudó a madurar bastante.
Verán, cuando yo cursé segundo año de mi bachillerato, conocí a una chica que recién ingresaba. Es decir, era de primer año. Cuando entró, tenía pareja, pero no le duró mucho, porque él le fue infiel. Me importaba un pepino su existencia. Es más, muchas veces le dije, emm, mira, linda. En este momento me encuenttro ocupado. ¡Charlamos luego! ¿Sí? Pero con el tiempo, y tras tanto convivir con ella, comencé a sentirme atraído hacia ella. Aquello pintó tan bien, que me le declaré. Sí, con toda la parafernalia que conlleva. Le llevé un regalo, le dije palabras cursis... En fin.
Hasta entonces, ella me había hecho sentir como un rey, con sus tratos, sus mimos y sus indirectas. Evidentemente le gustaba. Pero yo, ser inmaduro de 18 años había matado la ilusión. Y cuando me le declaré, lo recuerdo como ayer, me dijo que le permitiera baciar su corazón de todo vestigio de amor que en él moraba, para poder entregármelo. Pero claro, eso nunca ocurrió. Se alejó paulatinamente de mí. Y no bastando con eso, otros amigos de mi sección, comentaban lo linda que ella era, y todo el escándalo. El dolor fue tan profundo, tan penetrante, tan desgarrante... Que me hizo reflexionar sobre mi persona, y sobre los métodos que conocía para conquistar a alguna chica que pudiera gustarme. Luego me enteré que declarártele a una dama es lo peor que puedes hacer, porque entonces te tornas predecible, y por tanto, aburrido. Aunque claro, si tienes la fortuna de que tus sentimientos son recíprocos, eso no ocurrirá. Bueno, con todo ello, cambié mi pensamiento, me deshice de las cosas que me hacían infantil, y me preparé para la universidad, que ya se avecinaba. Como un plus les comento que casi dos años después, cuando yo salía del gimnasio, ella me detuvo. Ni siquiera reconocí su voz, ni su acento, ni su aroma... Y para mí fue tan grato escucharla decir que se arrepentía sobremanera por haberme dejado ir, que ella había cometido muchos errores, entre los que figuraba perderme, y que no pedía que la amase de nuevo, pero que al menos nos conociésemos de vuelta, sin prejuicios, y valiéndonos de la madurez que habíamos adquirido durante esos casi dos años. Y aún teniendo la carta para mandarla muy al garete, decidí demostrarle que ya no era más ese chico que conoció en ese colegio, y que ya no era predecible. Me decanté por darle una oportunidad como amigos, porque no me caracterizo por fijarme dos veces en la misma persona. Además, ya me gustaba una dama, misma con quien en la actualidad tenemos una relación de ensueño; de esas que sólo puedes leer en un cuento de fantasía.